08/05/2023
JOAQUÍN SABINA: UNA DESPEDIDA A FUEGO LENTO
Palacio de Deportes José María Martín Carpena. Málaga. 7 de mayo 2023.
Por Julio Ángel Olivares Merino
Segundo pálpito, una diástole certera y majestuosa para coronarse aún más si cabe en la historia de la música española y en nuestro corazón, el de Sabina anoche en el Palacio de Deportes José María Martín Carpena de Málaga fue un concierto memorable, un espectáculo cuidado hasta el último detalle, un vodevil de pasión, sensaciones y colorido que legó la mejor versión del artista. El de Úbeda hizo las delicias del público asistente, entregado y cómplice de un sueño en escena, curtido a golpe de pálpito, sincero y quebrado por la emoción en momentos puntuales; veraz, natural y compacto en su concepto. Sabina fue carisma, elegancia y cercanía, recitando sus canciones con la mirada empapada de alma y, en ocasiones, con la lágrima contenida.
La puesta en escena, magistral, con una ejecución instrumental precisa y unos acompañamientos corales que multiplicaron la línea vocal del ubetense, empeñado, con todo el derecho, en reivindicar su vuelta a los escenarios, quién sabe durante cuánto tiempo más.
Y así, entre confesiones ocurrentes, la poesía de Sabina fue envolviendo con piezas como “Lo niego todo”, “La canción más hermosa del mundo”, “19 días y 500 noches”, “Princesa”, “Noches de boda” o “El bulevar de los sueños”, el emotivo homenaje a Chavela Vargas para vestir la noche de acordes emocionales y esa voz canalla que todo lo hipnotiza.
Reposado, sincero, nostálgico y hedonista de palabra —y sin omisión, a buen seguro—, Sabina se sintió como pez en el agua, expuesto o entre visillos, arropado y libre; sus melodías sonaron a himnos generacionales, a tertulias de barra, a grafiti urbano, susurro cómplice, denuncia puntual, ironía, experiencia, acervo de cultura popular y metáfora de calle. El artista estuvo pletórico al expresar, al proyectar, pero también reflexionó en silencio y en su mirada se advirtió el fragor y la niebla de decenas de años sobrándole motivos para seguir encantándonos con su arte sin par.
Generoso, además, al compartir galones con sus músicos en escena, Sabina dejó protagonismo a Jaime Asúa, Antonio García de Diego, Mara Barros, además de Borja Montenegro en paréntesis en los que se le echó de menos como si ya tuviéramos que acostumbrarnos a su ausencia, como si todo empezase a ser un sueño, como si se nos escurriese de las manos esa imagen de dandy urbano, con su sempiterno bombín calado. Sabina fue todo carisma y solidez, una firma personal en cada gesto. Sentado o de pie, sin aspavientos, eclipsó las estrellas en un concierto tan testimonial como intimista. Y así, nos dieron las 10, las 11 y llegada la medianoche, nada, desde luego, era ya contra pronóstico; todo lo contrario: Sabina volvió a caer de pie en una noche que pareció una despedida a fuego lento, una velada que cerró con el mismo ímpetu, corazón y profesionalidad de siempre, mientras alguien en el público le gritaba: “No te vayas nunca”